Confinamiento con Prem, Día 38

Se nos presenta la oportunidad de reflexionar profundamente – con una mente despejada, sin presiones ni obligaciones. Pensar muy claramente: “¿Cómo quiero ser?” — Prem Rawat

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Confinamiento – 38

Hola a todos. Espero que se encuentren bien. Hoy me gustaría contarles una historia que quizás refleje algunas de las cosas que están ocurriendo en el mundo. Obviamente la historia es de la India, en donde era bastante corriente que un maestro diera charlas a quien deseara escucharlo. Así que él y sus discípulos viajaban de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. Preparaban un lugar para que el maestro pudiera hablarles y los que así lo deseaban pudieran escuchar.

Un día, mientras iban de gira de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad llegaron a una ciudad bastante grande. Se encontraban en las afueras de la ciudad y el maestro dijo: “Creo que nos instalaremos aquí, mientras tú le echas un vistazo a la ciudad y me cuentas lo que está sucediendo. Luego yo decidiré si nos quedamos aquí o nos vamos a otro lugar.” El discípulo estaba encantado. Se fue a la ciudad y para su grata sorpresa todo costaba exactamente lo mismo. Así que podías cenar… una cena costaba lo mismo que una banana o una uva. Un kilo o diez kilos de uvas costaban lo mismo que una uva. Podías comprar un automóvil por el mismo precio de una uva, podías comprarte una casa por el precio de una banana o uva. Todo costaba exactamente lo mismo.

Así que el estudiante volvió corriendo a contarle a su maestro: “Hemos encontrado una mina de oro. Este es el lugar perfecto. Quedémonos. Este es un lugar maravilloso. Todo cuesta lo mismo: una banana cuesta lo mismo que una uva.” El maestro le preguntó: “¿Y cuánto cuesta?” Él dijo: “¡Solo un centavo! ¡Todo cuesta solo un centavo!” El maestro dijo: “Vámonos de aquí. Esto no es una buena señal. No es un buen lugar para quedarse.” El discípulo dijo: “No, no. Es el lugar perfecto. Tengo muy poco dinero pero con lo poco que tengo puedo vivir todo el tiempo que quiera.” El maestro dijo: “Mira, yo no me puedo quedar aquí, tengo que continuar, pero si en algún momento te llegas a encontrar en una situación complicada, si estás en apuros, acuérdate de mí y yo vendré e intentaré salvarte.”

El discípulo estaba extasiado: “¡Qué bien!” El maestro siguió su camino y se fue al pueblo siguiente. Y el discípulo se quedó pensando: “Yo me quedo aquí. Esta es la mía”. Bueno, después de haber estado ahí cuatro o cinco días, un domingo por la mañana en el que el pueblo estaba bastante vacío, iba caminando por la calle y mientras caminaba lo arrestaron. Él preguntó: “¿Por qué me están arrestando?”.

Le empezaron a explicar por qué lo arrestaban. Le dijeron: “Mira, lo que ocurrió es que había un hombre que llevaba sus cabras a pastar y mientras las llevaba por la calle, un balcón cayó y mató a una de las cabras. Así que el pastor quería asegurarse de que lo compensarían por ello. La noticia llegó al rey y éste inmediatamente instruyó al dueño de la casa cuyo balcón se había caído a que le pagara e hicieras las paces con él. Pero el dueño de la casa dijo: “Su Majestad, no ha sido mi culpa. Yo no construí el balcón. Yo lo pagué, es mío, pero no lo construí. Obviamente el error es del hombre que construyó el balcón.”

Así que el rey dijo: “Llámenlo a él.” Llamaron al albañil y le dijeron: “Fuiste tú.” Para entonces el rey estaba ya bastante molesto y le dijo al albañil: “O le pagas a este hombre o te vamos a matar.” El hombre dijo: “No puedo, no tengo ese dinero. Pero tampoco es error mío que se haya caído del balcón, sino del hombre que le puso demasiada agua a la mezcla; cuando le dije que pusiera agua, accidentalmente le puso demasiada.”

Así que el rey dijo: “Bueno, llamen al que hizo la mezcla.” Lo trajeron y el rey le dice: “Tenemos que matarte.” “Y ¿por qué?”. “Porque has puesto demasiada agua en la mezcla, lo cual hizo que el balcón quedara débil. El balcón se cayó sobre la cabra y la mató; y de alguna manera a esta persona hay que compensarla. Así que te vamos a castigar y te vamos a matar.”

El hombre dice: “Pero no fue culpa mía. Fue culpa del hombre que me vendió una cabra demasiado grande. Con la piel de esa cabra hice un odre (así es como se cargaba el agua) y era demasiado grande; eso fue lo que pasó. Así que no es mi culpa.”

Bueno, vamos a llamar al hombre que te vendió la cabra. Llamaron a ese hombre y le dijeron: “Te vamos a matar.” “¿Por qué?”. “Porque le vendiste a este hombre una cabra demasiado grande, que causó que la mezcla estuviera aguada, lo cual debilitó el balcón que se cayó sobre la cabra de este hombre y la mató. Así que estamos haciéndole justicia.”

Y dice el hombre: “Pero no es mi culpa. Es culpa de su general, porque este hombre había elegido una cabra del tamaño correcto y luego apareció su general cabalgando y todas las cabras se espantaron y dispersaron, en la confusión me equivoqué de cabra. Así que llame a su general y cuélguelo a él.”

El rey entonces hizo llamar al general y le dijo: “Te voy a tener que colgar”. “Pero yo no he hecho nada malo”. “Sí que lo hiciste. Cuando montabas a caballo el otro día espantaste a las cabras, por eso este hombre acabó llevándose la cabra equivocada y haciendo un odre demasiado grande, lo que aguó la mezcla de cemento; por eso el balcón no quedó estable, se cayó y mató a la cabra de este hombre. Y estamos haciéndole justicia.”

El general miró al rey y le dijo: “Pero, Su Majestad, soy su general. Usted no me puede matar a mí”. “¿Qué vamos a hacer? Sal el domingo por la mañana y a la primera persona que encuentres caminando por la calle, mátala”.

Y resultó que esa persona era el discípulo. Lo trajeron ante el rey y le explicaron toda la historia. Él se dio cuenta de lo que su maestro le había estado tratando de decir, que este no era un buen lugar. Y lo vio perfectamente, en ese momento su claridad fue completa. Antes no lo veía así de claro. Así que se acordó de que el maestro le había dicho que lo recordara y lo hizo. Le rogó: “Por favor, por favor, ¡ayúdame! Estoy metido en un gran lío. Tengo un problema”.

De alguna manera se presenta el maestro, lo mira, y le dice: “Sígueme la corriente. No me contradigas. Simplemente sígueme la corriente y observa.” Así que se estaban preparando, tenían el patíbulo listo, lo iban a colgar. El escenario estaba listo, todo el mundo estaba allí, una gran muchedumbre. El rey estaba presente. Cuando están a punto de llevarse al discípulo para colgarlo, el maestro, que estaba allí presente, dice: “Yo quiero que me cuelguen. Cuélguenme a mí. No a él. Cuélguenme a mí. Y el rey, al escuchar este alboroto no lo puede creer y le dice: “¿Estás bien de la cabeza? ¿Quieres que te cuelgue a ti en vez de a él?”

Y el maestro dijo: “En este preciso momento acaban de abrir todas las puertas del cielo. Es el momento más propicio, así que si me cuelgan a mí iré derechito al cielo.” El rey dijo: “¿En serio?” El maestro respondió: “Con total certeza.” El rey miró al verdugo y le dijo: “Cuélgame a mí. Yo quiero ir al cielo.” Y ahorcaron al rey.

La moraleja de la historia es que vivimos en un entorno donde las personas tratan hacer algo totalmente fuera de contexto… (y te fijas en la locura de todo, todas estas personas y todas estas ideas de cómo debería suceder esto y cómo debería suceder aquello). Estados Unidos es el número uno y se está acercando al millón de personas, superando prácticamente al resto del mundo.

Uno se pregunta lo que está pasando. Pero lo más importante es que para que haya cambios, esos cambios tendrán que partir de ti. De cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros sobre la faz de la tierra. Muchas veces hablo del valor de cada persona. Y muchas personas que conozco me preguntan: “¿A qué te refieres con el valor de cada persona?”

Bueno, ahora que tenemos este coronavirus ya saben lo que es el valor de cada persona. Una persona puede contaminar a muchos. Una persona sola ya no es tan inocente, ni tan frágil, ni tan débil. Una persona puede tener un gran impacto. Puede ser un impacto negativo o un impacto positivo. Una persona que aporta su claridad, una persona que aporta su comprensión, una persona que quiere estar en paz, puede tener un impacto enorme sobre muchas personas. Y si cada una de esas personas también lo quiere puede ser determinante.

Quizás este sea el momento de reflexionar sobre ello: ¿Qué tipo de mundo queremos? Esto nos lleva directamente al Programa de Educación para la Paz. El PEP se trata de ti, de que puedas influir positivamente. En tu vida, por lo menos, puede ser determinante. También en tu existencia. Y te aseguro que va a mejorar la vida de muchas personas. Más de lo que te puedas imaginar.

Y comienza contigo. Es tan simple y profundo como puede sonar. Empieza contigo, con que tú comprendas, avances y des ese paso en tu vida. De responsabilizarte, de tu paz, de tu claridad, de tu apreciación por la vida. Que comprendas tu existencia. Si lo haces será una aventura, la aventura de ir a tu interior, el espacio menos explorado.

No está ahí afuera. Está aquí adentro. Realmente no sabemos quiénes somos. No conocemos nuestro potencial ni nuestras posibilidades. Es una pena, porque la mayoría de nosotros caminamos agobiados por todos los problemas y los conflictos y queremos pasar nuestro tiempo así. Si se trata de política, claro que sí, “¡hablemos de política!”

Abres un periódico por la mañana y está pasando esto y está pasando aquello y lo de más allá. No hay ni una noticia buena. “Este asunto va empeorando. Esta persona va de mal en peor. Aquella persona está diciendo aquella estupidez y la otra aquella otra”. Y te dan ganas de decir: “¿Para qué leo esto? ¿Qué tiene que ver conmigo?” Vivo en este mundo y necesito estar informado, estoy de acuerdo, pero al mismo tiempo, ¿entiendo el efecto que me causa?

¿Debería no importarme lo que sucede en mi mundo o debería importarme? Lo que sucede en mi mundo. Pero mi mundo no empieza con el periódico sino conmigo. Y si a mí me importa lo que sucede en mi mundo, tiene que ser mi mundo. Que yo comprenda quién soy y viva mi vida conscientemente, con un corazón lleno de agradecimiento.

Así es como debe ser. Si no, vamos a estar en un mundo que hemos creado en el que decimos: “Ah, sí. Es casi así.” Puedes pasarte todo el día afuera, de compras, y no gastar ni un centavo, ni diez centavos, ni un dólar ni una libra. Todo se paga con tarjeta de crédito. Lo único que tienes que hacer es firmar y puedes comprar prácticamente lo que quieras, lo que te permita tu tarjeta de crédito. Prácticamente ya vivimos en una sociedad así. Así es la época en que vivimos.

Hace tiempo uno empezaba con diez o veinte dólares en la billetera. Y eso es lo que ibas a gastar, nada más. Eso es cordura, estar cuerdo. Ahí vas, y cuando se te acaban los diez, los cinco o los veinte dólares ya terminaste. No se gasta más.

Ahora no tienes ni idea de lo que estás gastando. Y sigues firmando y firmando. Y luego, ¿qué pasa cuando te llega la factura? Te produce angustia, te da dolor de cabeza, te da dolor de todo. ¿Por qué? Porque en ese instante pensaste: “Creo que lo voy a poder cubrir de alguna manera.” Y te pusiste a firmar, firmar y firmar.

La locura continúa. Y aquí se nos presenta una oportunidad de pensar. Al menos de pensar profundamente con la mente despejada. Sin presiones, sin todas las obligaciones, pensar profundamente cómo quieres ser.

Sí, están los problemas económicos, qué va a pasar con esto y qué va a pasar con aquello. Ya vimos lo que pasó: el gobierno libera un montón de fondos, ¿y dónde acaban? En manos de quien no lo necesita. Se lo quedan las instituciones financieras. Y a los que lo necesitan de verdad les dicen: “No. Para ti no hay.” ¿Perdón? ¿De esto se trata? ¿Ya no son las personas la prioridad? ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? Son los seres humanos los que empezaron este sistema.

¿De pronto el sistema ha pasado de largo el ámbito humano y dice que los seres humanos ya no significan nada? ¿Cómo puede ser? Aquí hay pruebas irrefutables. Todos los dedos apuntan a que los seres humanos se han perdido. A que se han olvidado de lo que significa humanidad. Porque, si tuvieran humanidad nadie tendría que preguntarse, simplemente atrincherarse.

Y de alguna manera hay una gran abundancia de comida. Hay personas dispuestas a entregarla y la comida llegará.

Hay billones y billones dedicados a hacer desaparecer a las personas del planeta Tierra. Entonces, ¿por qué no podemos usar ese dinero para salvar a las personas de este planeta? Sin fijarnos en las fronteras, sino teniéndonos a todos en cuenta.

Son cosas para pensar. No estoy diciendo que esté bien o mal. Son solo cosas para pensar. Porque aquello que beneficia a los demás también, de últimas, nos beneficiará a nosotros. Cuando cuidemos de todos estaremos nosotros incluidos ahí. Así es como debería ser: primero los seres humanos. En nuestro sistema, en nuestras instituciones, primero los seres humanos.

Y como les he dicho a muchísimas personas, las organizaciones se reconocen entre ellas. Funcionan bien entre ellas pero no funcionan muy bien con las personas. Las organizaciones funcionan bien entre ellas. Cuando le pides a una organización que ayude a las personas se convierte en una organización como cualquier otra, y a las personas se las quita del medio. Si te fijas hay miles de millones y billones de dólares destinados a ayudar a las personas sobre la faz de la Tierra que uno se pregunta adónde van a parar.

Así que es muy importante que por lo menos pensemos. Que pensemos en el mundo que queremos, que pensemos en nuestro mundo comenzando verdaderamente por nosotros.

Mantente bien, mantente seguro. Y lo más importante, sé. Hasta luego. Gracias.