Confinamiento – Día 26
Hola a todos. Espero que se encuentren bien, manteniéndose seguros y bien. En medio de todo esto, del fiasco del coronavirus. En medio de los desastres que están ocurriendo. Realmente estoy aquí para hablarte de algo que es hermoso en la vida, en esta existencia. Hay muchas maneras de hablar de la misma cosa, pero si podemos comprender quiénes somos y de qué trata esta vida… Que no se trata solo de la gravedad de la situación. Como he dicho muchas veces antes, el temor no ayuda a nadie, no se logra nada con temer.
De hecho, cuando llega un problema nos desconectamos de la fuente del mismo, pero nos conectamos con el dolor de esa fuente. Así que nos gusta. Miramos la fuente del problema y decimos: “Está bien. Está creando otra cosa que es la tristeza, el dolor y el sufrimiento.” Y nos gusta esconder la cabeza en ese dolor, en ese sufrimiento.
Pero de ninguna manera quiero señalar algo demasiado intenso. Así que hoy les voy a contar un chiste. Creo que esta es la transmisión número 26. Ya va siendo hora de que nos alegremos un poco y miremos el mundo desde una perspectiva más ligera.
Había una vez un hombre sentado en un bar. Estaba muy sombrío, muy serio ahí sentado, a punto de tomarse un trago. De pronto, un desgraciado matón grande y corpulento entra al bar, toma el trago del pobre hombre y se lo bebe de un solo golpe. En ese momento, el hombre que estaba sentado en el bar perdió el control y se puso a llorar. Lloraba y chillaba. Entonces, el hombre que se había bebido su trago dice: “Bueno, bueno, bueno. Te pagaré otro, no te preocupes. Lo siento, no pensé que era para tanto.” Y el otro hombre le dice: “No, no, no. No entiendes.” “¿A qué te refieres?”
“Hoy, posiblemente fue el peor día de mi vida. Esta mañana me levanté y mi esposa me dejó. La seguí, rogándole y rogándole: por favor, vuelve, no te vayas, no me dejes. Pero se fue de todos modos. Mientras tanto, me di cuenta de que llegaba tarde a la oficina. Iba a llegar como dos horas tarde. Había puesto una tostada en la tostadora para el desayuno. Y la tostadora se había prendido fuego, así que cuando volví a mi casa después de seguir a mi esposa por la calle, rogándole, mi casa se estaba incendiando. De alguna manera llegué a la oficina y mi jefe estaba tan enojado conmigo que me despidió. Así que por último llegué a este bar, pedí esta bebida y le puse veneno para poder matarme. Y luego vienes tú y me niegas hasta esa posibilidad tomándote todo ese veneno.”
Cuando escuché este chiste, pensé: “Es un giro curioso del destino, porque ese hombre que pensó que ya estaba en las últimas se salvó. Alguien hizo algo realmente estúpido cuando le quitó su bebida y se la tomó. Ahora el otro, ese matón está a punto de tener el peor día de su vida, porque se va a morir al haberse bebido una gran cantidad de veneno.” A veces es así. Es como la comedia de errores, la comedia de las situaciones que nosotros mismos causamos.
Así que, cualquiera que sea el problema, tendrá sus consecuencias. Enterraremos la cabeza en las consecuencias de ese problema y ahora no vemos solución posible. Se pone oscuro, grave, peligroso y tú piensas: “¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?” Pero ¿cuál era el problema, para empezar? Nadie se está fijando en el problema. Cuando te desconectas del sufrimiento, del dolor y miras el problema, lo verás de otro modo: “Puedo resolver este problema, puedo ocuparme de esto; quizá sea difícil, posiblemente tenga que esforzarme mucho más, o algo así, pero puedo superarlo.”
Y nos olvidamos del valor de esta vida. De la comprensión que debíamos tener de seguir adelante. De ser ese guerrero que puede avanzar y avanzar. De hecho, como he dicho muchas veces, no se trata de las batallas. Algunas batallas tienes que ganarlas, otras las perderás. No es un problema. Es la guerra lo que debes ganar. Tienes que ganar la guerra. Las batallas vienen y van. Algunas las ganas. Genial, maravilloso.
Algunas tienes que ganarlas. Bien. Otras las vas a perder y no importa. No hay que lamentarse en absoluto. Simplemente, seguir adelante y dar los pasos necesarios, los importantes. Y navegar, atravesar esas situaciones que llegan en la vida mirando en nuestro interior, teniendo una perspectiva completa. Sabiendo que no se trata de quedarse obsesionado con un pequeño problema, sino que siempre tienes que recordar el panorama completo de lo que significa la existencia.
Que sí, este aliento entra y sale. Sí, estás vivo. Sí, existes. Tu aliento no te juzga, tu vida no te juzga, tu existencia no te juzga. Dentro de ti aún existe ese anhelo de sentirte pleno, satisfecho. El océano de las respuestas está en ti. Tienes un millón de preguntas y si no obtienes las respuestas a ese millón de preguntas (o ni siquiera a una) te vuelves loco. La vida no consiste en eso.
Hay un océano de respuestas. No tienes que conectar cada respuesta que tengas en tu interior a una pregunta. No tienes que hacerlo. Déjalo ser, deja que las preguntas estén ahí, pero entiende que en ti hay un océano de respuestas.
Saber, conocer lo hermoso que yace en tu interior. Y luego, ver la belleza que está fuera de ti. Y tener un marco, un punto de referencia. Porque de eso se trata. Que el aliento entra y nos trae la vida. Está todo este universo expandiéndose, contrayéndose. Las olas que llegan a la playa. Ese movimiento de la vida está por todas partes. Por todas partes. Hace que todo exista. Y resulta que tú eres parte de eso. Estás vivo.
Así como están todas estas hormigas. Están vivas, tan concentradas, tan increíblemente enfocadas. Quizás no sean las más brillantes o las más inteligentes del mundo, pero están concentradas. Quizá no puedan resolver una ecuación de álgebra, ni una fórmula complicada, pero han resuelto una pequeña fórmula: el propósito de su vida en esta existencia. Y se aferran a ello. No van deambulando por ahí: “A ver esto, a ver aquello.” No, están concentradas. Avanzan, avanzan y avanzan. Fíjate en lo resistentes que son. Es fascinante.
Quiero ser como una hormiga. No, no quiero ser como una hormiga. No quiero ser como una mosca. Ni como un león, ni como un tigre, ballena o delfín. Quiero ser yo. Quiero ser un ser humano. Admiro a la ballena y a tantas otras criaturas en este planeta Tierra.
Pero principalmente, también necesito volverme hacia mi interior y admirar mi existencia. Por el hecho de que estoy sobre la faz de esta Tierra es que me debo respeto a mí mismo, me debo comprensión a mí mismo. Porque he estado persiguiendo lo de afuera, lo de afuera. Me he enfocado en lo externo: “¿qué es esto?, ¿qué es aquello”. Algún día voy a tener que tomar esa pregunta de “¿qué es aquello?” y mirarme a mí mismo: “¿Quién soy yo?”
Cuando sucede esta transformación y el proceso de conocerse a uno mismo comienza, es algo profundo. Cuando estás en marcha hacia esa parte del proceso de entender “¿quién soy?” ¿Y cómo va a suceder eso? El camino del descubrimiento de uno mismo no se trata solo de descubrirte a ti mismo, sino de todas las otras cosas que están en medio. Entre tú y quién realmente eres. Todas esas ideas que tienes sobre lo que significa conocerse a uno mismo.
Cuando aprendes a dibujar es fascinante. Las personas empiezan a dibujar y dicen: “Voy a buscar a alguien que me enseñe a hacer esto y aquello perfectamente.” Y vaya sorpresa: no es eso lo que te enseñan. Te enseñan qué significa la perspectiva, la línea del horizonte, otra línea así y otra asá. Las referencias y las líneas de fuga. Y tienes que aprender todo eso porque tiene que ver con la perspectiva.
De la misma manera, la única forma de poder aprender esas cosas es que puedas tener la capacidad, si puedes darte el lujo, de desaprender. De dejar a un lado, de soltar todas esas ideas que están mal. Que no es así como funciona. Y luego, cuando el cubo esté vacío, puedes empezar a llenarlo.
Una vez un hombre se dirigió a un maestro. Este es un cuento del budismo zen. Así que fue a un maestro zen y le dijo: “Quiero hacerle algunas preguntas y aprender de usted.” Y el maestro zen dijo: “Claro, entra. Toma asiento. Te serviré un té.” Y le dijo a un sirviente que había allí que trajera té. Lo trajo y el maestro empezó a verterlo en su taza. Continuó vertiendo y vertiendo y la taza se llenó y el té se empezó a derramar por todas partes. El maestro, muy intencionadamente continuó vertiendo, vertiendo y vertiendo.
Finalmente, el hombre no pudo aguantar más. Lo miró y le dijo: “¿qué hace?; ¿no se da cuenta de que la taza está llena, y que ya no le cabe más té?” Ese es el cuento zen. El maestro miró a la persona y le dijo: “Bueno, de la misma manera: tu taza está muy llena. Quieres aprender de mí, pero no te das cuenta de que no te cabrá nada porque tu taza ya está llena. Tu taza ya está llena.”
Hay otro cuento, es la versión india, que es muy interesante:
Una vez un hombre se dirigió a un maestro y le dijo: “Maestro, quiero aprender de usted.” El maestro dijo: “Muy bien; me encantaría enseñarte. Pero esto es lo que tienes que hacer: voy a ir a sacar agua del pozo y, mientras saco el agua, por favor, no digas ni una palabra. Voy a necesitar varios intentos para sacar el agua pero no te atrevas a decir ni una palabra. Y si puedes cumplir esta condición de no decir nada, será un placer para mí enseñarte.” Y el hombre pensó: “¡Qué fácil es eso! Eso lo puedo hacer, ¡qué fácil!”
Así que salió con el maestro, quien tomó el cubo, le ató la cuerda y lo bajó al pozo; lo subió y este hombre vio que el cubo salió con el agua, pero estaba lleno de agujeros, y cuando terminaba de salir el cubo ya no le quedaba agua. Al ver esto por primera vez, pensó: “¡Ah, bueno! ¡Esto es raro! Pero lo único que tengo que hacer es estar callado, así que permaneceré callado.”
El maestro vuelve a tirar el cubo en el pozo, lo saca, lo sube, y pasa lo mismo. El hombre piensa: “Esto es muy extraño. Lo ha hecho dos veces. Seguro que se dará cuenta de que este cubo está tan lleno de agujeros, que no le va a quedar ni una gota de agua. Y no va a poder sacar nada de agua. Pero, mi tarea es solamente estar callado, y me mantendré en silencio.”
El maestro vuelve a tirar el cubo una tercera vez y pasa lo mismo. A esta altura, el hombre está pensando: “No sé. Quizá este maestro está mal de la cabeza, no está cuerdo. Pero lo único que tengo que hacer es estar callado.” Así que se mantiene en silencio. Tira el cubo por cuarta vez; ahora no lo puede soportar, y le dice: “Disculpe señor, pero ¿no se da cuenta de que este cubo está lleno de agujeros y no puede contener ni una gota de agua?” El maestro le dijo: “Mira, solo te pedí que observaras y que no dijeras ninguna palabra. Pero no pudiste. Tu cubo está realmente lleno de agujeros. Has venido a mí para aprender, pero ¿cómo vas a aprender si estás tan lleno de agujeros?”
De la misma manera, tenemos tantas ideas preconcebidas sobre quiénes somos. Siempre digo estas tres cosas ahora: “Conócete a ti mismo, vive tu vida conscientemente y ten un corazón lleno de agradecimiento.” ¿Qué entiendes por “conocerte a ti mismo”? ¿Qué ves? ¿Ves solo tus ideas o ves un signo de interrogación: “no sé quién soy”? Porque muchas personas creen: “¡Oh!, yo sé quién soy.” ¿Quién eres? ¿Lo sabes por definición o porque lo sientes? Si lo sabes por definición no te conoces a ti mismo. Si lo sabes porque lo sientes, entonces sí te conoces a ti mismo.
Porque conocerse a uno mismo no es una definición. Es algo que se siente. ¿Y cómo es esa sensación, esa experiencia? Cuando estás enamorado de alguien y ves su cara, ¿se trata de una definición: “¡Oh, ahí va la persona que amo!”? ¿O es algo que sientes, una experiencia? ¿Es el amor una definición o algo que se siente? Cuando la madre ve al bebé por la mañana, ¿dice: “¡Ah, ahí está mi hijo!”; o lo siente?
El amor no es una definición. El amor es algo que se siente. Conocerse a uno mismo no es una definición, sino algo que se siente. Y a menos que tengas esa experiencia no te conoces a ti mismo.
Bueno, espero que se hayan reído bastante con el chiste. Y si no, por lo menos tienen algo para pensar sobre el resto de lo que dije. Conócete a ti mismo, mantente bien, mantente seguro. Sé.